Cercanía de Dios y Espíritu Apostólico

El año 1878, hallándose en Barcelona, cayó enferma de gravedad y en los ratos de descanso leyó con detenimiento la “Vida devota” de San Francisco de Sales. Fue la siembra de buena semilla sobre un campo bien dispuesto. La gracia invadió poderosamente su alma.

Poco después comienza a brotar en su corazón las primeras inquietudes apostólicas. El radio de acción dentro de la numerosa familia no puede satisfacer las exigencias de su espíritu, y se lanza al apostolado externo, con frecuentes visitas a los hospitales, en los que atiende preferentemente a las jóvenes que han perdido el sentido de una vida cristiana.

Ya desde entonces su espíritu entrega al servicio de Jesucristo adquiere un matiz peculiar; se dedicará especialmente a la formación de las jóvenes que se hallan en peligro. A esta obra entregó su tiempo, su bienestar, su dinero, exponiendo en muchas ocasiones hasta la propia vida.

El señor, a su vez, corresponde a sus deseos de santidad purificándola con el dolor, con dolorosos acontecimientos familiares. Ciertamente  Rafaela descubrió el sentido redentor del dolor y supo abrazar el sufrimiento a semejanza de Cristo.

Al fin de su vida pudo decir de ella su director espiritual: “sufrió muchísimo en esta vida, tuvo grandes trabajos, fue calumnia y amenazada, pero en medio de todo esto, ella permaneció imperturbable”.

El espíritu de Rafaela crecía cada vez más en anhelos de unión con Dios. En el año 1885, se nos presenta ligada con los votos de pobreza, castidad y obediencia, que emite con el consentimiento de su esposo. Unos años después  realiza este compromiso de manera perpetua, añadiendo el difícil voto de escoger siempre la práctica de lo más  perfecto.